Bajo la jungla se escucha un rumor

09.04.2011 por Silvia Nanclares

Voy a tratar de pensar en streaming, mientras escribo. Son las 2:58, llevo una semana de festival e hiperestímulo de ideas (sin apenas pisar la nube ni enlazarme, sólo escuchando) y en mi casa no quedan galletas. Son las 3:00 y quiero terminar esta crónica antes de acostarme. Pero estoy lo suficientemente cansada para conectar sin problema con la mente expandida que parecen compartir un cantor del altiplano y la voz (y cuerpo) de Rubén Alonso. Rubén. Dani. Dani. Camilo. Miguel. Dobro. Oukelele. Cuatro, banjo, bajo, huevo, pianito, contrabajo eléctrico, batería, violín, trompeta. Lo siento. Las listas. Una manera como otra cualquiera de acotar la realidad, de empezar por algún lado. A mí también me gustan las listas, tampoco creo que la autobiografía sea un género y de vez en cuando recibo meta-postales.

Primera postal

Verano 2006, bosque de Conil. Guitarras, porche, canciones. Al menos una canción. Cinco viejos que a la muerte esperan se reencarnan en el cuerpo de cinco muchachos del sur. Entre ellos, sólo hay un músico profesional y es madrileño. Ah, no, veamos, hay otro madrileño. Y otro medio sevillano. Le doy la vuelta a la postal. Se lee: ¡Bingo! Ya tenemos grupo. No tenemos nombre.

Última postal

2011, Teatro Alameda. Reverso: ¡¡Vamos a presentar el nuevo disco en el 13 Festival Internacional ZEMOS98!! ¡¡Un gran día lo tendrá cualquiera!!

En la caja de las postales intermedias hay otras. Como esta otra: 2007, en la calle Progreso, una parrillada en la terraza, el grupo está casi a punto de llamarse Aventuras Domésticas. Finalmente este nombre dará título a su primer álbum y a un auto-microsello discográfico con el que grabaron este invierno en La Mina su segundo disco: Un mal día lo tiene cualquiera.

Son las 3:14 (sí, lo confieso, me despisté, abrí un par de pestañas con la excusa de la documentación mientras me tomaba un yogur). Aprovecho para poner en contexto: después de ver a La Petite Claudine en el centro de las artes de Sevilla y soñando con el suicidio 2.0 que nunca tendremos valor de cometer, nos bajamos corriendo a comer algo y entrar al concierto. Hay gente en la puerta y dentro. Pero el escenario está lejos y arriba. La gente llena la sala, algunos se quedan fuera. El sonido (#sonido, uno de los TT de los comentarios al concierto). Lástima de sonido. Disparen al sonidista. Nos roba los diez minutos de calentamiento. Pero el público es comunidad fan y le tiene ganas a este nuevo disco. Y ellos se van entonando. El violín de Eloísa Cantón hace que brote más musgo entre las piedras, justo delante de la selva que Benito Jiménez ha plantado en el escenario. Un invernadero de marihuana del que saldrán nanas alucinadas para adultos posmodernos. Una serie iluminada de recursos terminará de potenciar el jardín. La música se afila, son las 3:26 y es la hora de las etiquetas musicales: canción popular progresiva (deuda a Chicho Sánchez Ferlosio), agro folk apocalíptico (como si Calexico pudiera haber resurgido en las minas de Río Tinto), Quilapallún remezclado por Ravi Sankar, Simón Díaz por Mahmud Amhmed… Especies trasplantadas de otras músicas. Pero, un momento, creo que me está subiendo el TCH del warning de la carátula, así que me paro y vuelvo a escuchar.

Reconozco en este disco menos voluntad de hacer "temas, temitas o hits" y más ganas de mesmerizarnos a todos con una bola de cuerdas de guitarras cada vez más diminutas. Y lo consiguen, el público se entrega.

(Nota para próximos conciertos. Querida banda: si bien disfrutamos deteniéndonos en la butaca a dejarnos ir con su propuesta psicoactiva y envolvente cual alegre blandiblú, gozamos taaanto esas saludables rupturas de código. Véase la reacción de los presentes al tema La Boda. Nació para canción del verano: tiembla, King África).

Con esto quiero decir, y subrayo: la estética del sublimado rinqui-rinqui, guitarreo, guitarrín, guitarreo puede entrañar ciertos riesgos de "cansinismo". Eso no quita para que lo hayamos flipado: han pegado el estirón como grupo y hemos sido testigos, así que seguimos a la escucha, pasando nuestras ganas y sus discos por el afilador del directo.

Las 3: 54. Me tengo que acostar. El extraño mecanismo de exotismo ha ejercido su poder. Me han convencido. Los he visto reír, disfrutar y recibir mucho contagio del público. Piden La Palma y tocan La Palma. Piden Manuela y tocan Manuela (en vez de Manuela, María Durán con su trompeta). La épica sube. Y el lirismo sensual, cuerda, cuerda, cuerda, batería, voz, arco de contrabajo enloquecido, pianito, guitarrón. Tic-tac. Sigue la hipnosis y empiezo a soñar con las imágenes y los sonidos de Las Buenas Noches: chasquidos, navajas, susurros, pisadas sobre hojarasca, insectos, cámaras de seguridad que velarán por mi descanso… Buenas Noches: Música para escuchar pensando.

comentarios

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489 - Pedro Jiménez 10/04/2011 - 11.06

Buenísima crónica

490 - elenac 10/04/2011 - 22.21

Sin haber visto el concierto me parecía escucharlo mientras leía. Me gusta ese estilo streaming-onomatopéyico tan sonoro.

491 - Jelen 11/04/2011 - 12.44

Te sienta bien dormir poco

492 - atemporal 13/04/2011 - 13.48

Gracias Silvia por al fotografía! Genial crónica!

493 - otha 13/04/2011 - 21.33

live streaming en diferido... encantadora experiencia

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