13.04.2011 por
Antes de que apareciese sobre el escenario de ZEMOS98, el speaker invisible que presenta a los invitados del festival a través de unos megáfonos -auténticos iconos de la edición de este año- introdujo a Marta Peirano citando una entrada de su blog que es todo un diagnóstico de uno de los grandes males contemporáneos, de toda una enfermedad del progreso:
¿Lees artículos interesantísimos de los que luego no recuerdas nada?¿Zapeas de enlace en enlace y te olvidas de dónde o porqué empezaste? (...) ¿Se te va la mañana en Facebook, Twenty, Twitter, Flickr, eBay, Tumblr, Myspace o Youtube? ¿Compruebas la bandeja de correo constantemente? ¿Comes delante del ordenador?
Como en las historias de hipocondríacos que al leer sobre una enfermedad se reconocen en todos los síntomas y se van sintiendo cada vez peor, sospecho que más de la mitad del auditorio asentía aterrado para acabar finalmente admitiendo algo que no nos gusta aunque sabemos que es verdad: que estamos enfermos de información, somos unos adictos a la recompensa instantánea de los reply, los Mensajes Directos y los "Me Gusta", que se nos va la vida de enlace en enlace. Y a lo mejor va ser que no es bueno. A lo mejor.
Quizás alguien que acabase de entrar en la sala y nunca hubiese oido hablar de La Petite Claudine, el gabinete de las maravillas de Marta Peirano (establecimiento abierto en 2002) pudiese haber pensado que se trata de una nostálgica que añora los tiempos en que el conocimiento venía en unidades mínimas de doscientas páginas, y la manera natural de asimilarlo era empezando por la primera y siguiendo hasta llegar a la última, en línea recta.
Se equivocaría por completo, claro. Peirano es miembro de la primera generación híbrida de lectores y escritores; los que crecieron formándose su propio imaginario mientras se manchaban los dedos con la tinta de ediciones de bolsillo -en el caso de Marta, un palmarés en el que están el Carroll de "Alicia", HP Lovecraft, "El Jardín de las Torturas de Mirbeau o una colección completa encuadernada en piel de la revista The New Yorker), pero a los que la última adolescencia y la primera juventud les pilló en plena explosión digital, y ya nunca pudieron volver a ser los mismos.
Durante estos últimos diez años, La Petite ha catalogado innumerables referencias estéticas en un blog que ha construido uno de los universos más personales de la web en español, a la vez que se convertía en una experimentada periodista cultural y tecnológica que ha escrito centenares de artículos en incontables medios de comunicación. Todos sus intereses y referentes confluyen de alguna manera en su libro "El Rival de Prometeo", una historia de la inteligencia artificial que muestra que la mitología y los símbolos son un elemento esencial en nuestra relación con lo tecnológico.
Así que el Código Fuente Audiovisual de Marta Peirano, o nuestra vísita a la consulta de la doctora Claudine, tuvo algo de tratamiento de choque para ayudarnos a pensar sobre nuestros males, pero también es el relato de una superviviente que ha cruzado la jungla 2.0 y ha salido al exterior para tomar aire.
Contra la histeria, no hay nada como poner las cosas en perspectiva. Primera receta: todo esto ha pasado ya antes. El primer vídeo seleccionado por Marta es un programa de los 50 en el que un apuesto presentador explica cómo ante la avalancha de información que los medios lanzan sobre el ciudadano, los libros seguirán siendo un vehículo esencial para el conocimiento, pero su papel cambiará indefectiblemente. El mozo es sólo el telonero de nada menos que Marshall McLuhan, padre de casi cualquier pensamiento sobre el impacto transformador de las tecnologías de la información. Pacientemente, el gurú canadiense explica que lo que los nuevos medios están haciendo es "retribalizarnos", cambiar la voz individual por otra voz que surge cuando estamos todos conectados. El vértigo que emana de la conexión global, que en los años 50 se encarnaba en tecnologías tan desenfrenadas como la primera TV con tres canales.
La siguiente receta la imparte, desde algún lugar de los 70, nada menos que JG Ballard. El añorado escritor -no hay voz que se eche más de menos en el mundo post-crisis- explica cómo tras la pesadilla nuclear, la ciencia se convierte en una amenaza, pero los nuevos medios nos reconcilían de alguna manera con ella, gracias al sueño de la interactividad. Ballard augura una nueva relación con la narrativa en la que el asesinato de Kennedy puede ser visto y recreado desde el punto de vista del presidente, el de Jackie o el de Oswald. Una cultura que ya no sucede en línea recta.
La tercera pastilla es un duelo intelectual que está teniendo lugar en el aquí y ahora. Son las guerras culturales de Internet, o la nueva cruzada en la batalla infinita entre Apocalípticos e Integrados. En el primer departamento, Nicholas Carr, autor de "Superficiales: ¿Qué le está haciendo Internet a nuestras mentes?". La tesis es conocida: la recompensa inmediata y el placer instantáneo suministrado en dosis de 140 caracteres nos está volviendo distraidos, incapaces de la concentración más mínima, desinteresados por todo aquello que requiere de tiempo y esfuerzo.
En la otra esquina del ring, Clay Shirky, santo patrón de la colaboración desinteresada, para el que cualquier forma de creatividad (incluso si es hacer montajes fotográficos con gatitos) es superior a cualquier acto pasivo, aunque sea leer "Guerra y Paz"; para el que la fuerza que mantiene a la máquina de Internet en movimiento es "el amor", y que cree en un futuro en que no habrá telecomedias malas porque su audiencia ha decidido convertirse en masa a la escritura de entradas para la Wikipedia. Ambas posturas son probablemente caricaturas con muchos matices y mucho que discutir, aunque La Petite Claudine no hace demasiado esfuerzo en ocultar sus simpatías.
A estas alturas, es inevitable un guiño a "The Social Network"; su trailer nos recuerda que las redes sociales son en esencia el instituto; patios de juegos en los que desarrollar un sentido de identidad a base de ser aceptado por los demás, o de reforzar nuestro sentido de la diferencia. Un permamente concurso de popularidad. "Lo que me intriga de las redes sociales”, reflexiona Marta, “es, ¿qué hacemos los adultos alli? Pensábamos que ya teníamos superado el instituto, no? Tenemos un trabajo, estamos ocupados...y sin embargo, por qué seguimos perdiendo el tiempo alli?"·
Lo que le preocupa a Marta, sospecho, no es que decidamos perder el tiempo en Facebook, sino que hayamos perdido la perspectiva y nos parezca tan normal como inevitable; que hayamos olvidado que en el fondo, es nuestra elección.
No desesperen; estamos llegando casi a la receta. Antes, un sencillo test para que ustedes mismos puedan autodiagnosticarse: la jerarquía de las distracciones digitales, o ¿cómo de serio es su déficit de atención?
Lo admitimos todos, Doctora: estamos enfermos, somos unos adictos. ¿Cómo podemos recuperar nuestra vida?
Como en la elección más famosa de la cultura digital versión Hollywood, tenemos la pastilla azul o la roja.
La pastilla azul de la Doctora Claudine es pedir auxilio a la química. Cada vez más personas toman nuevos medicamentos que prometen una concentración aguda, una claridad mental absoluta; la película "Sin Límite", recientemente estrenada, es la primera versión de esta promesa pasada por el filtro de Hollywood.
Pero, ¿y si no queremos más, sino menos? ¿Y si nuestra única ambición es volver a ser los que éramos antes de ese fatídico día que empezamos a rellenar perfiles y añadir contactos? Entonces, siempre queda el Suicidio. El suicidio 2.0 de la "Suicide Machine", un proyecto del artista Gordan Savicic que promete devolverte tu vida sólo a cambio de tus contraseñas en Facebook, Twitter o Linked In. Mira como vas recuperando esos paseos en el parque, esas conversaciones de sobremesa, a medida que ante tus propios ojos se desvanecen tus contactos, tus fotos, tus comentarios...hasta volver a ser el que eras. Es difícil dar el primer paso, lo sé; una vez que lo hagas no habrá vuelta atrás, pero piensa: ¿Quién te necesita más: tus amigos o tus "amigos"? ¿Tu perro o Mark Zuckenberg?
En realidad, ya lo sabías.