08.04.2011 por
Cinco conciertos, cinco espacios. Cinco formas de rellenar de nuevos contenidos nuestro imaginario musical y los espacios de la ciudad. A través de los conciertos domésticos diseñamos un nuevo mapa cultural a golpe de participación, creación colectiva y remezcla. Lo que escribo a continuación son un conjunto de impresiones y sensaciones de una tarde doblemente calurosa, tanto por la temperatura del ambiente como por las emociones vividas.
John Cage dijo que el significado esencial del silencio es la pérdida de atención, que el silencio no es acústico, que tan sólo es el abandono de la propia intención de oír. Bajo esta premisa, Anki Toner jugó ayer con nosotros. Jugó a mostrarnos cómo la música nace del ruido, que puede ser el origen de todo lo demás. Todo lo demás forma parte de nosotros, nosotros elegimos su mensaje. ¿Es un concierto de música electrónica, una conferencia en torno al ruido y su significado o una auténtica denuncia contra los convencionalismos musicales?
De la fragmentación matemática de un ruido carente de sentido, a la consecución de una pieza hasta bailable - de hecho, su expresión corporal evolucionó de la quietud al baile y el cabeceo propio del IDM - finalmente una voz en loop desnuda, humanizando su música, por fin. ¿Quién dice ahora que la electrónica es una vía de escape hacia el hedonismo?
Un ficus bicentenario, niños correteando por un patio de colegio, el canto de los pájaros y una guitarra. Todos ellos, son los elementos que se aliaron con Espaldamaceta para el recital poético más bello al que he asistido, en el que Camarón de la Isla, Johnny Cash, Serrat o Nacho Umbert estuvieron presentes. Abrieron el telón Los chiquillos del barrio y su Trabajando en las minas de pan duro, teloneros de excepción para lo que estaba por llegar.
Su concierto se convirtió en una especie de Código Fuente musical. Entre tema y tema, se dedicó a narrarnos su vida, a hacernos cómplices de sus canciones. Demostró dominio de la guitarra, demostró que canta bien – que no es poco en los tiempos que corren- , que los límites de la timidez y el reparo caen a base de empatía, espontaneidad y emoción. La tristeza puede ser bella, puede significar haber vivido con intensidad. Por si fuera poco, el músico catalán nos deleitó con su revisión de Macarena. También versionó a Pony Bravo en catalán y hasta consiguió que nos convirtiéramos en su coro, en abucheradores profesionales, en primates o en pajarillos oprimidos por la SGAE.
¿Soy la única que se queda embelesada mientras se sofríe la cebolla o el ajito? Para mí es una auténtica cura antiestrés. El restaurante Contenedor, en la calle San Luis, fue el siguiente punto al que nos llevo la peregrinación cultural que nos ocupa. Una mesa y un hornillo en forma de plato de vinilo, o una cazuela, fueron algunos de los instrumentos musicales para la actuación de la sevillana responsable del proyecto Cuisine Concrète. Una máxima definitivamente confirmada: escuchar, es oír pensando. Mientras cocinas no se te pasa por la cabeza que asistes a un concierto, pero lo culinario adquiere nuevas connotaciones, si de repente, te paras a escuchar. No sé si me equivoco, pero pocas veces hemos visto en la ciudad propuestas como ésta. Una pena que no pudiera pregrabar las pistas por problemas con la instalación eléctrica. Si te gustó, investiga sobre la gastro-orquesta de Matthew Herbert y o el IDM de los frijoles saltarines del asturiano Dani .Tape.
La amplitud de la sede de El Fotómata permitió que nos sentáramos durante 45 minutos para disfrutar de la agilidad de las bonitas manos de Malaventura y la espontaneidad del VJ. Este concierto audiovisual era pura remezcla. Una pantalla fragmentada, un controlador táctil que sincroniza imagen y audio. Además de mucho talento y humor. Su background: imágenes de publicidad y cine del procomún de la década de los años 30, 40 y 50. Su música, el mejor drum and bass con toda la carga filosófica del cut and paste. Una pasada ver la sincronía de las imágenes y la música. Un pequeño homenaje a la canción popular en el cine y los jingles publicitarios.
Los conciertos fueron in crescendo, tanto en número de asistentes como en volumen, intensidad y baile. Los Fluzo son ideales para irnos de fiesta sin dejar de ser críticos y todo ello en una los espacios más underground de la ciudad: la casa de Max. Porque si no se puede bailar, esta no es nuestra revolución. El dúo gallego, con una buena dosis de teatralidad, histrionismo y laca Nelly, fue desmenuzando algunas de las canciones de su disco, que también han titulado Fluzo y en el que riman en galego. Un álbum que se puede descargar de su web. Una combinación explosiva de letras de denuncia, electrónica IDM y 8bits, lo que más me gustó de ellos, y su poca vergüenza, claro. Me recordaron al "rapeo gafapasta" de algunos de los integrantes del catálogo del sello Anticom, de los que soy muy fan.
Me gustaría darle las gracias a Sofía y al resto del equipo de ZEMOS98 por proponerme este post y ayudarme a seguir progresando adecuadamente en esto de escribir sobre música. Y felicitar a Benito Jiménez por cómo sonaron todos los conciertos, pese a las limitaciones propias de los lugares insólitos.